Cualquiera ha de distinguir entre dos tipos de personas: las que están a su alcance y las que no. O quizás las que ella no cree poder alcanzar, que si al caso el lo mismo. Y es que creo que hablo en nombre de todos cuando digo que estamos constantemente intentando, la mayoría de veces sin éxito, no decepcionar a aquel que hemos escogido como regidor de nuestros actos, aquel que hace cambiar nuestras reacciones con el simple hecho de estar presente. Y tanto es así que nunca llegamos a ser merecedores de ese siempre maravilloso ser para nuestros ojos. Tan maravilloso que lo englobamos instintivamente en el segundo ejemplo. Y es a raíz de eso que la cobardía nos roe por dentro, poco a poco, pero notoriamente. Y un buen día decidimos, como aquel que decide morir por algo en lo que realmente confía, superar todos nuestros miedos y lanzarnos al vacío, a la espera de ese oportuno árbol que nos sujete entre sus brazos.
Pero, ¿y si no hay árbol? ¿Volveremos a escalar o nos habremos estrellado antes?
Dicen que desde grandes alturas uno puede sobrevivir.
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